EL DÍA QUE VOLVÍ A NACER

Dos accidentes de tráfico que no se me olvidarán jamás... Mi perro y yo sobrevivimos. Pero lo que no olvidaré nunca es la suerte de poder contarlo y las ganas de seguir viviendo el presente. 
Un nuevo ciclo comenzaría... 

"Día de Reyes 2018. una gran nevada, carreteras intransitables... muchos accidentes y retenciones. Yo aún no lo sabía. No fui consciente del peligro que puede entrañar la nieve. El google maps me indicó un camino más rápido para llegar a mi destino debido a la retención de cuarenta minutos que se estaba produciendo en la autovía, tramo al que yo aún no había llegado. Con lo que acepté el cambio de rumbo para atajar por una carretera nacional... Y ese fue quizás mi error: mi impaciencia y mi falta de previsión del tiempo

Una vez en esa carretera de doble sentido, la lluvia se convirtió en nieve, cada vez más, y reduje la velocidad. Iba por debajo de la máxima permitida. A medida que avanzaba veía a los lados un paisaje frío y bonito a la vez, todo cada vez era más blanco a lo lejos, todo empezó a nevarse y yo no podía pararme en ningún sitio aún. Mi perrito iba conmigo en el suelo del asiento de detrás de mí, en un transportin. Volvía de vacaciones pero con la ilusión de las cosas que tenía pendientes. 
Y entonces sucedió.

No sé cómo, pero de repente las ruedas patinaron con la nieve o hielo y perdí el control del coche. Derrapó, intenté controlarlo pero no pude. Esquivé un coche que venía de frente, mi coche dio vueltas sobre si mismo, me agarré fuerte al volante y me mentalicé que seguiría viva, hasta que quedó encajado en la cuneta, mirando al sentido contrario al que yo iba.

No me había hecho daño, pero no podía salir de allí, en plena nevada, con el corazón que se me salía del pecho. Me dije a mí misma "tranquila, estoy bien, sólo son daños del coche, voy a buscar la tarjeta del seguro del coche y que me saquen de aquí". Temblando del susto llamé y les di mi ubicación usando el google maps, porque no sabía ni en qué punto me encontraba. Me dijeron que en treinta o cuarenta minutos llegaría la grúa más cercana y que no saliera del coche. Mi corazón seguía a mil por hora, mi perro estaba bien, pero asustado porque no "decía" nada.

A los pocos minutos me volvió a llamar el del seguro para ponerme en contacto con la grúa y confirmar mi situación. Tenía que esperar al menos media hora con ese frío y con miedo de las circunstancias. Me puse el abrigo. Sinceramente, no recuerdo si tenía en ese momento puesto el cinturón tras ponerme el abrigo. Eran las cinco de la tarde e iba a hacer una llamada para decir que llegaría tarde a mi destino... 

Y entonces vi de frente, desgraciadamente, como otro coche derrapaba en la carretera perdiendo el control y cómo venía directo hacia mí, casi de de frente... Lo único que se me pasó por la cabeza en ese momento fue: "No, mierda, ese coche se va a estrellar contra mí. Me voy a llevar una hostia, pero no pienso morir, prepárate para el golpe."

Después sólo recuerdo que empecé a abrir los ojos con la vista borrosa y un inmenso dolor en el costado izquierdo... Creo que perdí el conocimiento unos instantes y la falta de respiración me hizo despertar. Me mareaba y me costaba muchísimo respirar. Era una pesadilla real. Cuando me di cuenta, estaba saliendo gas de los airbag, no veía nada más, pero no pensaba más que en mi perro, en seguir respirando y en salir de allí. 

Llena de rabia y cabreo intenté abrir la puerta. No podía abrir, estaba encajada. Con todas mis fuerzas y el dolor que tenía conseguí abrirla al final, pegué una patada y se abrió lo suficiente para salir. Abrí la puerta de atrás, saqué el transportin y cogí mi bolso.

El conductor del otro coche destrozado, metros más lejos, salió para preguntarme si estaba bien y ayudarme a coger las cosas. Me llevó a su coche, cuyos cristales estaban destrozados, donde estaba su chica, también asustada. Ellos tuvieron más suerte. Les pedí que vieran si mi perro estaba bien y me dijeron que sí, que se movía. Quedé aliviada. Si le hubiera pasado algo....no quiero ni imaginármelo.

Otro coche paró a auxiliarnos. Gracias a este tercero se avisó al 112, con la suerte de que su acompañante era enfermera y acudió a ver cómo estaba. Yo estaba muy mareada, sujetándome las costillas izquierdas del dolor, intentando respirar porque tenía muy claro que yo iba a salir de aquella situación, aunque me costara. Me echó nieve por la cara para no desmayarme y me agarraba la cabeza. Se me hizo eterno hasta que llegó un profesional sanitario del pueblo próximo, pero que no me quiso mover del dolor que tenía. Me tomó las constantes y no me acuerdo qué más. No podía moverme.

Media hora más tarde llegó la grúa y se llevó mi coche, dejándome su tarjeta de contacto en mi bolso ya que yo no podía apenas hablar. No se ni cómo quedó mi coche, no lo vi, no lo recuerdo. Mejor. Tenía mucho sueño y cansancio. La grúa del otro coche llegó pero no podía hacer nada hasta que a mí no me pudieran sacar de ahí. No recuerdo mucho más.

Por fin llegó la ambulancia y me sacaron inmediatamente entre varias personas. Se me hizo eterno y vi las estrellas del dolor... se me salían las lágrimas. Y cuando me tumbaron en la camilla pedí por favor que sacaran a mi perro del coche del otro conductor. Me dijeron que no podían meter a un perro en la ambulancia y empecé a angustiarme. Les expliqué lo que había ocurrido mientras me ponían medicación intravenosa y oxígeno. Tenían que decidir quién se hacía cargo de mi perro porque su supervisora no daba la autorización para que viajara conmigo... Una vergüenza, una falta de humanidad absoluta en casos así. Yo no me iba a ir de allí sin que alguien se hiciera cargo de él.

La Guardia Civil no llegaba de lo mal que estaban las carreteras y de los atascos, la grúa decía que si se llevaba a mi perro lo dejaría toda la noche en una nave industrial y el taxista que fue a recoger a los otros conductores no se quería hacer cargo... Yo no iba a dejar a mi perro así, en el coche hecho polvo del otro conductor, ¡subido encima de la grúa y con ese frío! Un familiar me estaba llamando al teléfono móvil. Pedí a una de las sanitarias que lo cogiera para explicarle mi situación y que estaba "bien" y a dónde me llevaban.

Al final, los de la ambulancia que tuvieron sentido común y fueron buenas personas, contactaron con una protectora de animales de una de las provincias cercanas de las que yo tenía que decidir a cuál ir, a qué hospital, ya que que al servicio de urgencias de la ciudad donde estaba mi familia no llegaríamos dadas las circunstancias y condiciones meteorológicas. Por fin me llevaron junto a mi perro y mis pertenencias a al Hospital de Ávila, donde la protectora se haría cargo de mi pequeño en la entrada. Gracias. Menos mal que en esa media hora yo no estaba a punto de morirme...

Cuando llegamos a urgencias, me descubrieron que una rodilla me sangraba mucho y yo ni me había dado cuenta, ni notaba el dolor. Me rajaron el pantalón y me cosieron con siete puntos, me hicieron varias pruebas médicas y me suministraron calmantes y analgésicos. Me costaba mucho respirar, me dolía mucho y estaba sola. Entonces, me acordé que en ese hospital trabajaba un viejo amigo y conseguí escribirle un mensaje para decirle lo que me había ocurrido. Él trabajaba al día siguiente y decidió que él se haría cargo de mí. Fue un grandísimo apoyo. El personal sanitario se portó muy bien conmigo y medio mareada me subieron a una habitación para poder descansar. 

Los médicos me dijeron que tenía rotas cinco costillas, algunas con múltiples fracturas y dos desplazadas. Me había hecho una contusión en el pulmón izquierdo y en el bazo, además de derrame interno, con lo que no podía moverme en los dos días siguientes para evitar que empeorara. Tenía cierto neumotorax, con lo que tendría que hacer rehabilitación pulmonar. Afortunadamente las funciones cognitivas las tenía bien, así que pude escribir con el móvil a mis seres queridos, tranquilizarles e ir contándoles lo que me iba sucediendo. 

Todo iba a salir bien, estaba segura, iba a ser algo pasajero. Una "putada", pero iba a recuperarme, lo tenía claro. Ni mi familia ni nadie más podía llegar esa noche hasta esa ciudad por el peligro de la carretera y porque no salían ya trenes ni autobuses. Llegarían a primera hora de la mañana siguiente y recogerían a mi perro. El transportin se había rajado, pero le salvó. Yo solo quería descansar. Sedada y con mi bolso conmigo en todo momento, me quedé dormida.

Aquel día y los tres días posteriores, fueron de los peores que he tenido en mi vida. Las lágrimas se me saltaban a veces del dolor, de la impotencia, de las condiciones en las que me encontraba que no podía moverme, ver a mi familia muy preocupada del susto, compartir a veces habitación con desconocidos, tremendos dolores de cabeza, pruebas médicas, oxígeno y llena de moratones... No podía llorar por el dolor, tampoco reír ni toser. 

Pero poco a poco, pasaron los días que me parecieron eternos, recibí muchísimo apoyo de mucha gente a la que siempre estaré agradecida, del trabajo, familia, amistades, etc. Eso me dio mucha fuerza. Y esas personas saben quiénes son. Hacía meditación por las noches para sanarme y escuchaba música. El haber hecho deporte y estar en forma me ayudó mucho para incorporarme e ir haciendo las cosas por mí misma. Me dijeron que tenía alta tolerancia al dolor.

En esos momentos te das cuenta de qué personas quieres que estén en tu vida y a quiénes no quieres volver a ver. Reflexioné sobre muchas cosas y fui más consciente de las buenas y malas personas, de las estupideces que hay a nuestro alrededor y de los riesgos de la vida. Siempre he valorado las cosas, incluso las más pequeñas, pero ahora mucho más. Sólo quería vivir, disfrutar de la vida, hacer muchas cosas y sabía que todo eso me esperaba en cuanto me recuperara un poco. Algo que me dio muchísima fuerza. La ilusión de haber conocido gente maravillosa y de los proyectos que tenía para el futuro me hicieron seguir sonriendo y levantarme para dar paseos por el pasillo del hospital, hacer la rehabilitación pulmonar cada día, aunque doliera.

Di las gracias de estar viva y de no tener consecuencias irreversibles. Me di cuenta de que era fuerte, de que el destino no quería nada peor para mí, y entonces, me sentí feliz. 

Con los días empecé a respirar mejor y a tener mayor movilidad. Tras diez días de ingreso hospitalario pude volver a casa con mi familia. Sólo quedaba papeleo con médicos, revisiones y todo lo del seguro de coche, pues éste quedó siniestro. Pero me compré el coche que siempre me había gustado. Recibí llamadas inesperadas, hasta de quien llamó al 112. No se cómo consiguió mi número, pero él quería saber si yo estaba bien. No se quién eres, pero fuiste esencial. Gracias, porque por desgracia en este mundo hay gente que pasa de largo ante lo que le ocurra a los demás.
La vida me estaba mandando un mensaje: Para, descansa.
No voy a estar triste porque sé que lo que va a venir será muy bueno, porque creo que todo surge por alguna razón y esto simplemente me ha hecho ser más fuerte. Se lo que importa en la vida por encima de todo: la salud, la gente que te quiere (incluyendo a mi perrito, que afortunadamente no se acuerda del susto) e intentar hacer de este mundo algo mejor. Eso sí, no quiero volver a conducir cuando sepa que va a nevar. Y algo de lo que he aprendido es que voy a pensar mucho más en mí.

Aún me quedaba rehabilitación por delante, pero sobrellevando el dolor y cada vez mejor. A pesar de todo me siento una gran afortunada de lo que tengo. Me siento feliz y nada podrá conmigo."

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Compagino mi trabajo como funcionaria A1 con mi pasión por la escritura | Jurista del Cuerpo Superior de Técnicos de Instituciones Penitenciarias | Licenciada en Derecho | Titulada en Criminología y Dirección y Gestión de Seguridad | Formación en igualdad y prevención de la violencia hacia la mujer | Cinturón Negro Taekwondo | Expresidenta de la Asociación de Técnicos de IIPP | Amante de la lectura | Me gusta ayudar con las palabras

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